jueves, 22 de septiembre de 2011

Séptima crónica de mi viaje a Vietnam: Saigón

Esta ciudad fue durante decenios de colonización francesa Saigón, y ahora es Ho chi Minh, aunque ni siquiera en los códigos internacionales de los aeropuertos han dejado de usar el primer nombre. Y es que sólo nombrar la palabra, Saigón, te conjuras a lo inesperado, a lo desconocido, al frenesí de una ciudad de 8 millones de habitantes y 4 millones de motos. Haceros una idea. Entonces era la urbe más importante de toda la Conchinchina francesa , después pasó a ser la capital de Vietnam del Sur, cuando en 1954 los cartógrafos de Naciones Unidas dividiesen Vietnam en el paralelo 17, y hoy es una ciudad saqueada por el boom de la construcción, pero con sus raíces bien agarradas a la tierra.
Todas las funcionarias, las estudiantes y las mujeres que trabajan en el sector del turismo visten su ao dai, esa túnica de seda con aberturas laterales y pantalones. Incluso en bicicleta u bajo la lluvia, porque ahora estamos al final del monzón y la lluvia sale a nuestro encuentro puntual cada tarde, ni eso logra bajar el ritmo de Saigón. Millares de personas frenéticamente desordenadas cruzan y vadean calles y aceras, sorteando cualquier vehiculo, y sobre sus cabezas, enjambres de ovillos de cables eléctricos amenazan con caer de postes y torres que ya son parte del escenario urbano.
Huele a pho recalentado a todas horas (el tradicional bol de caldo de fideos de arroz con tropezones de ternera ligeramente hervida y algo de verdura), porque en Vietnam no hay horarios para comer, solo el tiempo se detiene para el café en los hoteles míticos ,donde solían citarse los periodistas extranjeros, el Rex o el Caravelle , o el Majestic, donde los norteamericanos daban sus ruedas de prensa. Lo que más me sorprende de Saigón son las peluquerias con final feliz, y el mercado de Ben Thah, donde comprar relojes falsificados que al día siguiente misteriosamente dejan de funcionar.
El olor es lo primero que llama tu tención, te lo promete todo a cambio de tu alma. Y el calor: la camisa te queda hecha un guiñapo, a duras penas recuerdas tu nombre o de que huias al venir..... ( El americano impasible, Graham Green)

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