domingo, 19 de agosto de 2012

Veraneo en un pueblo italiano al pie de las montañas. (2ª parte)

Este verano seguro que habéis visto un spot televisivo de Aquarius donde se invita a pasar el verano en un pueblo. Con la crisis este modo vacacional "all inclusive" se ha vuelto a poner de moda. Cuando vivíamos por encima de nuestras posibilidades (unos mas que otros) íbamos a Cancún y a Nueva York, ahora Peralejos de las Truchas (Guadalajara) es un destino "top ten".    
 
Así que yo, malacostumbrada a lagarme a otro continente en busca de aventuras y nuevas civilizaciones , me he ido a un pueblo a redescubrir la civilización del dolce far niente. Pero no he ido al mío. No. Que por cierto es donde veranean millones de personas. Me he ido al de la madre de mi cuñado, es decir, la "nona" de mis sobrinos. Un pueblo italiano llamado Villalatina que está en el Lazio, en plena montaña, en el valle del Comino. A una hora larga de Roma y una hora corta de Nápoles.
¿Y que he hecho yo en un pueblo italiano? Dormir, comer, pasear, volver a comer, y volver a dormir, básicamente. Es decir, las típicas vacaciones rurales estilo mediterráneo. Tan rural como que hay que lavar la ropa en el lavadero de la fuente, tan de pueblo, como que los funerales se anuncian con carteles en los paneles municipales de los caminos, tan casero, como que vecinos y familiares te traen parte de sus cosechas de tomates, patatas o vino. Tan adorablemente campestre como que el heladero artesano (de unos 80 años) pasa con la furgoneta a venderte el helado a la puerta de tu casa. 

 Pero todavía hay más cosas en positivo: la desconexión. Esclavos ya de las redes sociales, del ordenador y del teléfono, es un gusto desconectar del mundo exterior. En el pueblo solo teníamos “wifi” en el bar, por tanto las noticias me han llegado dosificadas y con ese extraña caducidad que produce el no estar conectado perennemente. Esto corrobora que aquí el tiempo tiene otro ritmo. El reloj se desacelera y entramos en un “stand by” cómodo y amodorrador.

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