Lo que si que probé fue el salmón (lax), en diferentes variedades y el arenque. Y otra cosa que no hay que perderse son los estupendos panes negros de mil variedades, sabores y formas.
En Estocolomo fuimos a cenar al Drottninghof en Drottninggatan, 67. Gracias al camarero portugués pudimos descifrar la carta y averiguar qué ibamos a cenar.
Goteborg tiene un mercado de pescado llamado el templo o la iglesia del pescado, o Feskekyran. Es un edificio singular que acoge en su interior los puestos de pescado y marisco que se pesca en las heladas aguas de Escandinavia. En este mercado hay un restaurante en la parte de arriba que se llama Gabriel, está incluido en la guía Michelín y aunque es muy informal por el sitio donde está ubicado , es un restaurante de primera por la calidad del producto, no hay que dejárselo perder.
Si se quedan sin materia prima, ellos mismos bajan al mercado a por más mercancía. Un gusto. Comí una crema de langosta que todavía saboreo gracias a la reminiscencia del sentido del gusto que tengo muy entrenada. Era una textura perfecta con un tropezón gigante en forma de molla de langosta y una pelota de queso fresco tipo mantequilla que se deshacía en el impresionante cuenco (para mi que había casi un litro de sopa). Deliciosamente espectacular. No dejar de probar si tenéis ocasión los mejillones, los arenques fritos y una especie de quisquillas que hacen con una crema de queso y patata. Para beber pedir sidra, buenísima, fina , fina. No es barato, pero nada en Suecia lo es. Pero vale la pena el homenaje.
Tanto en Estocolmo como en Goteborg hay muchos mercados reconvertidos en mercados delicatesen con barras donde degustar sus productos. Por fuera son arquitectónicamente muy interesantes y por dentro un placer para todos los sentidos.
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